viernes, noviembre 18, 2005

Pobre cerebrito.......

El cerebro humano no está adaptado almundo

moderno

(extraído del periódico)

En materia de economía, todos estamos más o menos

acostumbrados a centrar nuestra atención en el último dato de

inflación o el crecimiento del PBI, pero no mucho más allá. ¿La

razón? Dicen que nuestro cerebro, desarrollado durante miles de

miles de años, no está adaptado al medio ambiente...

Y la conclusión resulta bastante insólita: el cerebro humano no está

adaptado al mundo moderno. Aunque suene muy extraño, más o

menos eso piensa Benito Arruñada, profesor del Departamento de

Economía y Negocios de la Universidad Pompeu Fabra en Barcelona, y lo

plantea en su informe titulado “Naturaleza humana y análisis

institucional”. “Este estudio comienza explorando las consecuencias de

nuestra especialización en la producción de conocimiento, que son

dobles: ha asegurado nuestro éxito en el control del ambiente pero

también lo ha cambiado muy rápido y radicalmente. Tan rápidamente

que no dio tiempo a que la selección natural adapte nuestra biología,

dejándonos mal adaptados en dimensiones importantes”, dice.

Así, con un pie en la psicología, Arruñada explica que nuestra mente es

el resultado de un proceso de evolución natural que tomó miles de

años en formarse y que nos movemos por el siglo XXI con una

estructura cerebral desarrollada en los miles de años de vida basada en

la recolección y la caza del Pleistoceno (1,8 millones de años a 10.000

AC). Explica que “nosotros cambiamos nuestro propio entorno mucho

mas rápido de lo que cambió nuestra genética para adaptarse a esos

cambios”. El razonamiento del economista español sigue así: tenemos

un cerebro desarrollado para actuar en pequeñas tribus nómadas, con

poca interacción fuera del grupo. Como si tremenda conclusión no

fuera suficiente, todo parece indicar que algunos de nuestros “instintos

adquiridos” también estarían mal adaptados a las actuales

circunstancias.

¿Es tan así? La respuesta que flota en el aire es: sí, pero con reservas.

“La falta o mala adaptación es innegable y el mismo Freud lo definió

como el ‘malestar en la cultura’. La idea es que la cultura produce

malestar porque escapa a la capacidad de procesamiento de la

persona”, explica Pablo Slemenson, miembro de la Asociación

Psicoanalítica de Buenos Aires. Las reservas aluden a que, según

Slemenson, la psicología cognitiva –mundillo donde Arruñada parece

sentirse como en casa– suele pasar por alto los estudios anteriores

como, por ejemplo, los de psicoanálisis.

Entonces, ¿de qué hablamos cuando hablamos de estar mal

adaptados? Convencido de su línea de investigación, Arruñada

responde con ejemplos: Antes, los hombres comían teniendo en cuenta

que las fuentes de alimento eran variables y, entonces, generaban

reservas. Hoy ese instinto demandaría una fuerte dosis de autocontrol,

pero continúa la tendencia a comer mucho. “Sin autocontrol, tendemos

a comer demasiado, especialmente azúcar y sal (…) transformando el

gusto por lo dulce en un daño a nuestra salud”, dice.

Según Slemenson, aquella falta de adaptación – propia de la

complejización del entorno – , es un desafío para todas las especies y

el hombre siempre encuentra una salida. “Al encontrarse con una

sociedad cada vez más compleja, pone en la balanza cada vez más

factores para elaborar un mecanismo exitoso. Ese mecanismo se

desarrolla y acumula “experiencia” hasta que se vuelve intolerable”. Así

todo parece indicar que cuando Arruñada se refiere a “instintos

adquiridos”, Slemenson suma al análisis a aquellos patrones de

comportamiento que fueron alguna vez eficaces. “El hombre está

expuesto a la complejidad y la enfrenta mediante patrones fijos, que

fueron establecidos mediante una estimación y desestimación de

factores”, explica. Entonces, la mala adaptación surgiría cuando estos

patrones que funcionaron en el pasado, no lo hacen en el presente y se

los sigue poniendo en marcha (de modo consciente o inconciente).

Si bien el ejemplo de Arruñada tiende a que nos miremos con

desconfianza, lo cierto es que desde la perspectiva económica no todas

son malas noticias. Los humanos, con el cerebro de antaño, también

hemos desarrollado mecanismos de cooperación –aunque se basan en

grupos pequeños, como la familia, y suelen no extenderse mucho más

allá de las relaciones de mercado–. Esa cooperación trata de ser

copiada cuando en los gerentes dicen “somos como una familia”.

Aunque este caso suene poco real, lo cierto es que el ser humano ha

desarrollado “instituciones” –que contemplan códigos morales, respeto

a los derechos de propiedad y cumplimiento de contratos– que le

permiten cooperar con extraños o ajenos a la tribu.